Pero no hay un recuerdo mejor que el ser consciente de habérselo creído. Fue una musa, una reina, una sonrisa ebria y un puñado de mentiras que por unos días le hicieron sentirse viva. También se mintió a sí misma muchas veces y se permitió ser victimista y nostálgica. Asegurándose de que nunca se sentiría igual de plena que en aquel balcón lleno de contradicciones, de la noche helada y el calor del tabaco y del vaho, se impregnó de falso amor y fue feliz. Tenía dieciséis años.
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