lunes, 8 de agosto de 2016

domingo, 26 de mayo de 2013

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Le he dedicado en esta página palabras a todos los amores que he conocido. A los de verdad y a los que me inventé. Hay muchos que aún no lo saben ni lo sabrán nunca.

Releerme es un paseo por todos ellos.

Le he llamado amor a casi cualquier cosa. Amor a una noche, a un sueño, a una invención. Amor a un juego, y amor a un amor.

Cuando quiero acordarme, entonces les releo. El supuesto Jean Paul Sartre, o el Fitzgerald que no me escribió ni una sola línea. Un secreto a voces que guardo conmigo misma, en este diario encriptado. Siempre me ha gustado escribir sobre ellos. Caracterizarles, ponerles espada y gorguera.

A veces me divierto imaginando cómo sería si alguno me descubriese y se encontrara aquí peripuesto, disfrazado de Napoleón.
Pensé que te quedaría bien el sombrero - le diría.


viernes, 28 de septiembre de 2012

La plácida nostalgia

Una semana atrás las despedidas, las maletas y aquel sentimiento transversal de pertenencia a dos sitios. O quizás, sólo a uno todavía por definir.
Hoy llueve para recordarme mi París. Los incesantes días de lluvia de plata.
Siempre me gustó la lluvia, y el olor a tierra húmeda, las luces bruñidas que iluminan la ciudad gris. Es una fijación que me viene desde que era muy pequeña, cuando me regalaron aquel chubasquero azul y rojo, que tenía una mochila impermeable, también azul y roja.

Luego llegan las buenas noticias, la felicidad propia que viene de los demás. La adrenalina caliente que se apodera del cuerpo; un abrazo que llevaba esperando más de dos años. A veces, sólo necesitamos empaparnos de la felicidad de los demás para calarnos hasta los huesos.

¿Cómo estás?
Un poco triste, un poco contenta.
Como la lluvia,
que azota una persiana a medio bajar.

miércoles, 8 de agosto de 2012

A Dijon

Hace un tiempo que me volví intimista y empecé a escribir en mi cuaderno. De todas formas, internet ya estaba lleno de lo que yo contaba.
Hay tantas Julietas fallidas como Romeos que no se murieron de amor.
Y yo tampoco.

Y vuelvo esta noche, sólo para dejar un mensaje. Unas palabras para la única persona que no puede entenderlas,
y también para la única persona que lo va a entender.
Curiosamente, es la misma.
El preludio al Siglo de las Luces. Flores amarillas de colza, el paisaje verde de la Borgoña. Los pies fríos. Cluny. Un señor con un coche de juguete, sol. El Ródano lleno de luces.
Me pides que ponga un disco.
y elijo a Jacques Brel,
que no era francés
sino belga.

domingo, 20 de mayo de 2012

Del azul

Tus ojos se ríen.
Se ríen a carcajadas, se ahogan, se cansan.
Y aún después, callados, aún cuando ya se han calmado, puedo escuchar el murmullo de esa risa como la espuma que borbotea en la orilla después de que la ola haya roto. Quizás esa sea tu mejor virtud.
Tus ojos bailan. Bailan solos, conmigo, con los demás. Comen, devoran, digieren. Siempre dicen la verdad. Tus ojos me llevan, tiran de mí, me invitan, me susurran que no tenga miedo, que confíe, que nunca me arrepienta.
No lo he hecho hasta la fecha.

Y es que, incluso cuando se cierran, me cierro yo con ellos. Quizás sea porque yo también me estoy volviendo un poco azul, quizás mi risa sea turquesa y mi voz sea cian. Dibujo con los dedos tu azul de Prusia. Mi sombra es cobalto, mi olor, ultramar.
Y no es por mí, es por tus ojos.
Tus ojos miran y ven más allá. Aún era invierno cuando me miraron, azules.
Fue entonces cuando me enamoré de tus ojos, empecé a volverme azul y, paradójicamente, dejé de pasar frío.

jueves, 3 de mayo de 2012

365

Mañana tengo examen. La mesa blanca repleta de apuntes y el foco de una luz amarilla que, aunque no me deja ver muy bien y probablemente no sea muy buena para mis ojos oftalmológicamente hablando, me hace sentir mejor a la una y media de la madrugada. Siempre tuve aversión a la luz blanca del flexo. Una taza amarilla con un gato negro y el poso de un té verde que me tomé hace por lo menos dos horas. Subrayadores: verde, amarillo, rosa. No he cambiado desde entonces.

Y estoy aquí, escribiendo esto sin pensar, sin reflexionar ni un segundo en si las palabras son lo que quiero decir o si lo que quiero decir sólo son palabras. Y a lo mejor todo esto no se puede poner por escrito. Hubo un día en el que hablé de una caja, una caja donde iba a guardar la poesía. Iba a guardarla como se guarda la ropa de invierno en verano, como se guardan las sobras de la cena con papel film, como se guarda la conciencia por la noche al cerrar los ojos en el sueño.

Suena el móvil, recibo un mensaje, sonrío. Esta noche ha sido el debate entre Sarkozy y Hollande y ahora me río de esas cosas porque esto es lo que me rodea. Y me importa. Después pongo cara de tonta y vuelvo a escribir aquí, sin releer lo que dije antes, porque en este experimento literario, lo que menos importa es si algo tiene sentido fuera de mi cabeza. Yo sé por qué estoy aquí. Estoy aquí porque fui fuerte, estoy aquí porque hoy quiero hacerte saber que estamos en paz. Porque todo salió bien.
Las paredes blancas, la mesa blanca, el ordenador blanco y yo, que rompo el blanco, y ardo, y estallo, y me río de verdad. Y corro a contracorriente y salto.
Y brinco, y cojo el metro, el autobús, el tren, el avión, vuelo.
Me mojo cuando llueve, me empapo. Estornudo los tres días siguientes. Tengo un corcho lleno de postales y una foto especial que recibí por correo de una calle que se llamaba Rue de l'hirondelle. Estoy tan viva que no me importa que sean las dos de la mañana y tenga que levantarme en cinco horas. Haré café si me da tiempo y si no, me compraré uno en la estación, y si estoy de mal humor, ya llegará la tarde y el estímulo.

El azul de unos ojos que aparecieron cuando aún no era capaz de mirarlos fijamente y las palabras de todos esos amigos que aún no podía comprender. El amor incondicional de mis padres, las cartas de mi abuela con letra picuda, París, la señora de la panadería, el trompetista de la iglesia de Saint Roch, el adoquín donde escribí mi nombre para saber siempre que estuve allí, que estaba viva, y plena. Y no es que volviera a abrir aquella cajita, porque no era la de Pandora. Era la mía y era yo. Por eso nunca pude cerrarla del todo, porque la vida no se abre y se cierra como a mi me hubiera gustado. Porque la vida no es una metáfora, ni una caja, ni un cajón, ni un armario, ni un baúl ni un contenedor industrial de mudanza a gran escala. Pero sí que es cierto, que es más vida cuando nos hace feliz.
Y hoy es tres de mayo.
El tres de mayo de 2011 en Madrid hizo sol aunque a mediodía hubo una tormenta. Cómo me acuerdo.
Según el tiempo de internet, en París mañana va a hacer sol. Y 19º. Aunque yo ya no me fíe de esas cosas, y esta vez tampoco llevaré paraguas por si acaso.

domingo, 12 de febrero de 2012

De alguien que te quiso mucho hace algún tiempo

Hoy no era el día de remover pasados inamovibles. Amanecí hecha un trapo, con el pijama a medio poner y una resaca de libro. Mejor no te muevas mucho - pensé - y di vueltas por la cama hasta que se hizo la hora de comer. Comí una manzana. Bueno, y unos bizcochitos de chocolate, para qué mentir. Íbamos a ir a cenar a Chez Gladynes hoy, y quería comerme el escalope montagnarde, ver si era capaz de terminármelo. Pero hoy tampoco fue el día para eso.
A las cinco y media me metí en la ducha y canté.
Qué sol más bonito entra por la ventana del baño justo antes de atardecer.Al salir escribí en la ventana "Todos los pájaros estábamos mojados", me puse el jersey de lana verde y colonia en la bufanda. Estrenaba ropa interior.
Salí de casa para ir a cenar, el sol se ponía en Pyramides, y al fondo la Opera Garnier ejercía de tragaluz, como si guardara el sol toda la noche por detrás. Por eso es de oro. Hacía uno de esos fríos perfectos que colorean mejillas, despejan las nebulosas y dan un poco de sentido a todo lo que llevamos por dentro. No sé qué es, no está en los libros de anatomía.
Tenía tantas ganas de cantar que canté un poco mentalmente
"Todos los pájaros estábamos mojados, enfilados en la cuerda de tender".
Me esperaban en Corvisart Lucas y Tania. Tenía muchas ganas de conocer a Lucas y de ver a Tania tan feliz.
Irradiaba.
Javi tardó un poco en llegar, nos reímos. Llevaba todo el día riéndome. Cuando estaba en la cama gritaba "Juan, me mueroooooo". Y me respondía desde su habitación "Yo tambiéeeeen".
La mesa se hizo esperar un siglo. Allí estaban Tania, Lucas y Javi y también un mejicano que se llamaba Dani, una checa - no me acuerdo de cómo se llamaba - y una pintora. Me imagino que francesa. Bebimos vino y una vez más no pude acabarme el escalope montagnarde.
Salimos del restaurante y decidí venirme a casa a ver una película. Iba en el metro pensando en que me apetecía ver Reservoir Dogs y cerrar así el 11 de febrero.
Qué día más tonto.
Qué día más feliz.

Y al llegar a casa,
la calefacción encendida,
un mensaje en el móvil tan tonto como el día,
la sonrisa tan tonta como el mensaje,
los pantalones de pijama,
el té de canela
y el recuerdo, de repente, de ese pasado inamovible, de otras resacas así, del olor de tu camisa muy de cerca, de que yo te quise, y te quise mucho. Me gustaba pensar que no me acordaba. Que quizás no te había querido tanto. O quizás sí, pero hace mucho.
Ya sabes lo bien que me miento.

También lo mucho que necesito que me reafirmen mis mentiras.
Y hace mucho que no estás aquí para reafirmarme abriéndome los ojos. No es que eso importe mucho hoy. Hoy es sábado, 11 de febrero y he sido muy feliz. Ya no eres parte de mi felicidad y casi nunca de mi tristeza. Puede que hoy un poco de la segunda, pero esta vez no es tu culpa. Es la resaca, París y que no tengo tabaco. No te culpo de ninguna de las tres. No te puedo culpar del frío que tengo en los pies y en las manos. Sólo es el murmullo de algo que no hice porque no quería hacerlo y que no me va a dejar en paz hasta que no lo haga. Y te escribo, a sabiendas de que no lo vas a leer. O quizás sí, pero dentro de mucho. Mejor así.
El miércoles fue tu cumpleaños.  Lo tuve en la cabeza todo el día, pero no quería hacerlo. Y ahora tengo que hacerlo y sólo puedo hacerlo así.
Feliz cumpleaños, J.
Creo que eres feliz.
Me alegro. De verdad que sí. Feliz tan lejos. Feliz, en el vaho de mi mente. Feliz, porque siempre encontramos la manera de serlo. Tarde o temprano. Mejor temprano que tarde. Y mejor tarde que nunca, por eso tuve que escribirte, aunque me había prometido que no lo haría. Hoy, que ya no es tu cumpleaños y yo estoy en casa helada, a pesar del jersey de lana verde y de la calefacción. No conoces mi jersey de lana verde, ni mi habitación de París, donde ahora brilla la lamparita blanca de la mesilla. Ni mi cama, donde cubrí de besos otro idioma.

Quizás no sea la mejor felicitación del mundo, ni la más bonita. No llega a tiempo. No consta en acta. No sé si llegará a puerto algún día.
Pero tenía que hacerlo.


París, ya es 12 de febrero de 2012 (00:04)

Alguien que te quiso mucho hace algún tiempo, ya conoces el remite.