lunes, 31 de mayo de 2010

Carta a la irrealidad

Querida chica pelirroja, M,
Todavía me acuerdo de ti, ¿sabes? Entonces yo todavía era un romántico, un poeta. Y entonces, M, te conocí.
No sé si tenías diecinueve, veinte o veintitrés. No me acuerdo de si estudiabas psiquiatría o filología, o si no estudiabas nada. O puede que nunca lo habláramos.
En realidad todavía no sé por qué me enamoré de ti. Una historia de cómplices, ¿no? La escribí para ti, si es que algún día la viviste conmigo. Confío en que lo hicieras, no hay otra forma de explicar ese silencio roto sin sonido; nuestras miradas gritaban, aunque quizás sin ser muy explícitas.
Creo que nunca nos entendimos.
Me acuerdo de tu vestido azul y del sonido de tus zapatos que yo seguía a tientas en la oscuridad de Madrid - clack, clack, clack – ¿Sabes M? Hubiera seguido tus pasos hasta el fin del mundo si tú me hubieras querido llevar.
Me acuerdo de tus proposiciones indecentes, de tu sonrisa que no sé cómo, por aquel entonces, no estaba censurada. De tu mirada decisiva, de tu red de tontos. Tontos, que seguramente como yo, algún día perdieron el equilibrio embriagados por el olor de tu ropa.
Me acuerdo de cómo te fuiste.
- Sólo una copa – te pedí.
- Son las tres. Es demasiado pronto para tomar sólo una copa – me respondiste, desapareciendo en la noche del mismo Madrid por el que paseo ahora de día. Claro, que de día todo es distinto.
Y contigo se fue la poesía, me convertí en un poeta sin versos. Después se me pasó, me casé, tuve un hijo. Y te preguntarás qué hago, pelirroja M, sentado aquí, solo, escribiendo a una chica a la que quizás ni siquiera conocí. Estoy seguro de que estás sola. Vacía como cuando me enamoré de ti, pero sin la seguridad que te daba la juventud. Vacía como cuando te quise invitar a una copa, y quizás a mis sueños; cuando te quise invitar a acompañarme a cualquier lugar, a una noche en la habitación 142 en un hotel de Nueva York, y quizás haber cogido un avión por la mañana y habernos pateado París, y habernos tomado un café con hielo debajo de una sombrilla de rayas.
O puede, que sólo hubiésemos ido en metro al Retiro. Pero eso, M, nunca lo sabrás. Y seguirás igual de vacía, y yo igual de confuso, sin saber si fuiste real o sólo una borrachera increíble, escribiendo una carta que no lleva dirección pero sí remitente. No sé, M, por si algún día te la encuentras y me quieres contestar…

No hay comentarios:

Publicar un comentario