Creí encontrar la armonía de todo esto, y después me la bebí.
¿Y cómo explicarlo? Si Madrid fue precioso, si hacía ese calor de las noches de verano en Tribunal.
Sólo estrellas y ni un maldito avión de combate. Me pareció escuchar entre el jolgorio que se habían ido, para siempre y para no volver. ¿Eso celebramos? - pregunté, y me bebí la armonía. Así, sola. Con mucho hielo.
Y todo tuvo sentido hasta que se hizo de día.
Armonía de garrafón. Después de vomitar todo aquello que creí haber entendido, volvieron los aviones a espantar a mis pájaros. Los mismos pájaros que difícilmente dejé volar por la rendija de un ventanuco. Y el domingo, vuelvo a atusar sus plumas mientras me miran confusos.
- Son cosas de la guerra... - les explico - ya se irán...
Pero ellos no pían y yo tengo una resaca terrible. Me pasé de armónica.
Escondo a los pajarines y les cuento que hubo un tiempo en que Madrid era distinto y las bocas servían para besar. Ahora hay que volar alto - siempre por encima de los aviones - y tener cuidado con las minas al posarse. Pero sobre todo, hay que tener cuidado con las bocas. Las bocas matan.
Las bocas sólo sirven para dos cosas. Y ninguna de ella es matar.
ResponderEliminaresos pobres pajaros no pudieron elegir sus itinerarios de vuelo, pero yo espero que pronto aterricen sobre una boca, y sepan al posarse, que es su hogar, que no hay por que despegar a la mañana siguiente, animo :)
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