viernes, 5 de agosto de 2011

Reír cuando Madrid se despierta

Agosto balancea Madrid.
Subimos y bajamos Gran Vía debatiéndonos entre ser los reyes del mundo o los últimos soldados atrincherados en una ciudad vacía de sus seis millones de habitantes, donde incluso las luces parecen nómadas a punto de huir.
Me río desde lo alto, porque ha vuelto la risa que perdí una tarde que podía haber sido cualquiera.
No lo era, Madrid lo sabía y por eso me confesé. Por eso subí a la azotea del Círculo de Bellas Artes y lloré en bajito, ante sus tejados naranjas, sus torres discordantes y sus árboles verdes de ciudad; ese verde que no hay en las selvas vírgenes, ni en los eucaliptos gallegos. Ese verde adulterado, manido, opaco. Ese verde que sólo conocemos los que, a fuerza de verlo, no vemos, y que rezuma la vida de aquellos que vio, y que nunca más cobijará bajo su sombra.

Por eso me río, desde el impulso, y dejo que Madrid me oiga.
Madrid se acuna en agosto, la falta de peso lo inestabiliza y lo mece hasta que cae rendido. Entonces, sólo entonces, los últimos en salir bailan hasta que apagan las luces, hacen el amor con la ventana abierta y duermen, arrullados por el vaivén de las copas de más; el oleaje al que se enfrentan los barcos que zarpan desde la ciudad sin mar.
Y pían los pajarillos pardos, ansiosos de que abran las terrazas y les caigan las migas del desayuno, ese que tomaré cuando me despierte, y sepa que, aunque distintos, volverán los hombres verdes y rojos a parpadear en el semáforo y se reirán conmigo cuando no me decida a cruzar.

Así vuelve a amanecer el balancín. Tintinean las farolas y el sueño intermitente, corre la brisa del mar que nunca tendremos y espían los primeros turistas detrás de las gafas de sol. Sueñan los niños con castillos de arena y el olor de las ferias de pueblo y los maniquíes disfrazan el calor seco por debajo de los primeros abrigos de paño.
Madrid se queda en Agosto y amanece de manera distinta. Sólo lo sabemos los que seguimos aquí y crecemos como la hiedra. No te vayas - me dice - voy a atraparte.
Y yo me río, desafiando la gravedad desde lo alto del balancín. Despierto a Madrid del letargo, y me río, quizás como una venganza, quizás porque sé que este es el mejor momento para reír.

3 comentarios:

  1. Me encantó. Por moverme tanto y tan bien por dentro que he sido pasajera, emigrante, nómada y nacida en Madrid. Todo a la vez.

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  2. Que llegue Diciembre y la playa esté vacía. Ahí es cuando las cosas volverán a la "normalidad".

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  3. un texto precioso querida, este fin de semana pasado he visitado madrid, y llevaba el unico interes de ver esos viejos tejados naranjas, que tanto anonimato respiran. :) asi que me he identificado un poco

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