jueves, 22 de diciembre de 2011

El año que me rehice a mí misma

"Puede pasar de todo, ¿verdad? Cualquier cosa.
Puedes amar tanto a una persona que tan solo el miedo a perderla haga que lo jodas todo y acabes perdiéndola. Puedes despertarte al lado de alguien a quien hace unas horas ni siquiera habías imaginado conocer y mírate ahora. Es como si alguien te regalara uno de esos puzzles con piezas de un cuadro de Magritte, de la foto de unos ponys o de las cataratas del Niágara; y se supone que ha de encajar, pero no." - Cosas que nunca te dije
Y este era el gran secreto del 2011. No importa que no lo supiera porque en realidad, tampoco le habría hecho mucho caso. Y porque la segunda parte del gran secreto era aprender a vivir viviendo. Nunca había hecho un balance al final del año, quizás porque soy una persona muy nostálgica, y ya hacía demasiados balances a lo largo del año, quizás porque me preocupaba más salir corriendo y abrazar a la gente que quería, darle un beso a mi padre después de las campanadas y que él me dijera "feliz año, Clarita", con esa sonrisa que sólo tiene la persona que piensa que, con todo, eres la niña más guapa, la más lista; la mejor. Me encantaba la sensación de cambio que iba implícita con avanzar un año, aunque la línea divisoria fuera tan fina como el minuto de las 23:59 de la noche del 31 de diciembre. Y brindar, dejar atrás todo aquello en lo que no había querido ni pensar, sonreírle al mundo como el saltador de trampolín cuando sube la escalera, como el pintor ante el lienzo en blanco o el escritor que aún tiene toda una historia por deshilvanar.

Así empezaba yo el 2011, descorchando una botella que celebraba que creía tenerlo todo. Si cierro los ojos aún puedo verme sentada en el diván de mi habitación, a mediodía. Me quité un zapato, lo dejé caer contra el suelo y saltó el confeti desde dentro. Me hizo gracia. Nunca lo compartí con nadie.
Fue uno de los segundos más bonitos del año.

Empecé a correr con los días, con los planes, me aferré a mimar lo que tenía. Es muy importante cuidar a quien se quiere, aunque no siempre cuidar sea sinónimo de retener, de crecer, de ser feliz. Quizás no lo era tanto, quizás siempre tuve miedo y aunque creí que volaba alto, tenía siempre la mirada clavada en el suelo. No se puede tener todo, si se vuela, se pierden los matices de la vida que nunca se para allí abajo.
Algo se rompió.
No sé cómo, ni sé por qué. Y fue fulminante, no pude hacer nada. Me di cuenta de que llevaba mucho tiempo intentando curar algo que sabía que estaba enfermo.
Y así, aterrizando forzosamente, me dejé caer al vacío y durante mucho tiempo, no supe si sería capaz de volver a volar. Fui vértigo y terminé creyendo, que después de todo, abajo tampoco se estaba tan mal. Me convertí en una de esas personas que por más que se rían, tienen la sonrisa triste, y aunque se abracen a mil cuerpos, siempre tienen el alma helada.

Desde entonces, no he vuelto a pronunciar un te quiero,
pero he sabido rehacerme.

Después de aquel verano y aquellas gafas de sol para ocultar los días tristes, me fui. Fue entonces cuando llegó París,
París, su frío, su lluvia, su vaho en los cristales, sus doce millones de habitantes,
y con ello, sus lamparitas amarillas, sus cafés en rincones secretos, su magia escondida en los términos de guías turísticas que no importan a nadie; la ciudad de la luz, la ciudad del amor.
Volví a reírme,
a tener hipo de tanto reírme...
a fascinarme otra vez,
con el arte, con la literatura, con la música,
y también con las personas.
2011 hizo que me cruzara con personas maravillosas, personas nuevas que me hicieron abrir los ojos,
y las de siempre, que tuvieron paciencia, hasta que fui capaz, no sólo de reírme, sino de hacerles reír. No sólo de dejarme llevar con ellos, sino de inventarme la dirección, salir corriendo sin rumbo, porque 2011 también me enseñó que llevar una brújula no te asegura el no perderte. Así que no la llevo, porque las mejores cosas de este año, vinieron justo, de todo lo contrario a mis planes.

Termina el año, y vuelvo a ser el saltador de trampolín cuando sube la escalera,  el pintor ante el lienzo en blanco y el escritor que aún tiene toda una historia por deshilvanar. Vuelvo a estar en Madrid, sentada en mi diván como el primer día del año, escuchando Ludovico Einaudi, como siempre había hecho; al final, el invierno se llevó la primavera.
Este año, estaré en París empezando el 2012, y aunque no podré darle un beso a mi padre y que me diga "feliz año, Clarita" con los ojos achinados, me hace ilusión comenzar el año en el sitio en el que volví a empezar. Así se queda el 2011.
"Qué contenta se te ve", me dicen.
"Quién lo diría", me digo.

y al 2012... lo espero...
http://www.youtube.com/watch?v=eb7EyoG02sg

6 comentarios:

  1. Me convertí en una de esas personas que por más que se rían, tienen la sonrisa triste, y aunque se abracen a mil cuerpos, siempre tienen el alma helada.

    Esa frase me ha hecho sonreír en una noche en la que me gustaría no estar solo. Me siento, quizá, demasiado identificado. Disfruta de la entrada al nuevo año desde París. Un abrazo desde el Sur.

    Pd. Y gracias por volver a sonreír, aunque no te conozca de nada.

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  2. Reconstruirse... creo que los años finalizan mejor de como empiezan o transcurren... Yo también quería llevar siempre conmigo una brújula, pero también me di cuenta que te perderás igualmente la lleves o no...

    Me ha gustado mucho tu texto, y más aún que hayas vuelto a sonreír y a ser feliz por esos pequeños detalles ^^

    Un besito!

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  3. Gracias por el comentario. Se agradece que alguien se pare a leer, pero más aún se agradece que alguien (como tú) se pare a dar su opinión.

    Disfruta del final de este año, y hasta tu próxima entrada (espero).

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  4. Cuando te leo me entran unas ganas irrefrenables de sacar un billete de tren e irme a París. Te envidio, de verdad.

    PD: Tu comentario me ha hecho sonreir

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  5. Yo tampoco te conozco de nada pero me ha encantado esta entrada. Los años de reinventarse y rehacerse son mágicos aunque duelan
    Feliz año
    L

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