El diván

Mi cama es un diván - una cuna, me dicen algunos - en la que dos personas no caben bien, a no ser que se quieran. Si se quieren, parece que el diván se expande, y no importa si a uno le sobra un brazo o si en invierno los barrotes se quedan helados.
Mi cama aguanta el amor - el hecho y el deshecho - y puede servir de sofá, de chaise longue, de mesa de operaciones, de barco pirata, de fuerte playmobil y también puede ser, en ocasiones especiales, el más íntimo bar de copas. He dejado en la almohada algunas ideas, de esas que se tragó el sueño y nunca llegué a escribir. Y de los barrotes, vuelan mariposas...

No suele estar vacía porque a mí me gusta mucho dormir. Me gusta dormir, y hacer el amor, y tumbarme a leer un libro, y operar a corazón abierto, y navegar con un parche en el ojo, y esconderme de las flechas de los indios y beber gin tonic debajo de las mariposas. Pero hace tiempo que no hago nada de eso. Ahora cierro los ojos en otro sitio, porque me repugna el diván.

Hoy me he acurrucado allí a escuchar a Ludovico Einaudi, resistiéndome en una sentada pacífica a que mi cama ya no sea la mía. Pero yo sé que no lo es.
No lo será hasta que no vuelva a oír la tormenta desde el camarote y me sienta protegida. Hasta que no desenfunde la espada, desabroche una camisa o cure una herida mortal sólo será el diván Meldal de Ikea, la estructura del abismo entre acostarse y caer rendido, entre besar una nuca y abrazar a la almohada, entre dormir del tirón o soñar a ratitos.

http://www.youtube.com/watch?v=pYRR8K4Keck