martes, 7 de junio de 2011

a Carmen

He de advertirte, Carmen, que una reina nunca deja de tener sangre azul, aunque pierda su reino y expolien sus palacios. Tiene ese gesto grácil que la distingue cuando se mueve bajo la lluvia, cuando se ríe - incluso, cuando no sabe quién es. Una reina que lo ha sido siempre no puede dejar de serlo, aunque se corte el pelo o cambie su forma de mirar al mundo. No deja de ser una reina en suelo distinto, en tierra de nadie; una reina sin corona no pierde nunca el aura.
Sólo pienso en Neruda cuando decía yo te he nombrado reina y en aquellas noches azules de lapislázuli, cuando la vida sólo era una toma de posesión y todos los cargos eran pocos. Entonces la reina bailaba y el mundo bailaba con ella. Y llovía; llovía ella, llovía yo y junio también llovía, como si así quisiera bailar con la reina.

Ahora parece que todo aquello queda muy lejos, y que nadie se acuerda, pero yo me acuerdo, porque abrí el baile de la mano de la reina, compartí confesiones en palacios diminutos, cosí con ella brocados, mientras descosíamos historias hechas a máquina.
Y la reina me acunó cuando llovía por dentro.

Ahora que no hay reinos, ni Nerudas, ni brocados, ahora que la lluvia enfría, y nadie se acuerda, fundiremos hierro y haremos armaduras. No pienses en cuánto pesa la coraza; cuánto más cruda sea la guerra, mayor será la conquista, y entonces, Carmen, te nombraré emperatriz.
Bailando, bajo la lluvia.

3 comentarios:

  1. Es un honor enorme formar parte de este pequeño rincón en el que sueñas y te abres en canal de una manera siempre bella.
    Pero es un honor aun mayor formar parte de tu vida, pequeña Clara.
    Supongo que las dos rebotamos a una carrera que no era la nuestra para encontrarnos, y seguir caminando, siempre hacia delante.
    Te quiero.
    C.

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  2. guau, super entrada! uno hasta se llega a sentir vasallo...

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