jueves, 17 de noviembre de 2011

Cosas que aprendí de la calma

Aquí estoy hoy, jueves, mediados de noviembre, en algún punto entre París y no importa dónde, jugando al desdoble, y no a la ambigüedad. Hacía tiempo que no estaba sola, y lo digo así - sola - porque no sé cuánto tiempo he pasado tratando de estar sola sin todas las palabras que llevaba implícitas en mis brazos y en mis manos, sin el ansia de arrancarme la ropa y con ella la herida, sin la mirada perdida en los ojos de aquellos que sin importarme, estaban ahí, tratando de decírmelo; que estaban ahí aunque yo no pudiera verlo. Aquí estoy, sola, en tierra firme y en medio de este frío, en este noviembre gélido, sin el amor blindado ni el peso de la coraza de hierro que yo sola construí, por el miedo a que las palabras fueran flechas y los besos, proyectiles y heridas de bala.
Y aquí estoy, sola, sin la necesidad de demostrarle a nadie que soy feliz, que no quiero que alguien se quite el abrigo para ponérmelo sobre los hombros en una tarde helada como esta, que soy fuerte, que voy por libre. He perdido aquella máscara de ni siento ni padezco. Claro que siento y padezco, y tirito, porque nunca se me dio bien el frío y me gusta demasiado hablar para poder ir por libre. Hablar y reírme en las conversaciones, y hablar con los ojos, hablar con las manos, hablar con los cuerpos. ¿Quién puede ir por libre, y no abrazar a un alma, besar un costado, abrigar a un corazón helado? No siempre es el nuestro el que más lo necesita.

Y a pesar de ello, y aunque podría elegir no estarlo, estoy sola, pero también estoy conmigo porque sé quién soy. Por fin soy la calma, esa que siempre quise ser, aunque nunca fue el papel que me dieron.
Me esforcé por ser la calma, la voz tranquila, la persona que te acariciaría el pelo en el sueño intermitente, los brazos que siempre te llevarían a casa. Pero no lo fui.
Ahora, como si fuera mi estado natural, soy la calma y no sé cómo lo hago. Estoy tranquila, disfruto del tiempo, disfruto de mí y de las tardes como esta, incluso disfruto del frío, aunque quien me conoce sabe que sólo es porque me encantan las mañanas de edredón y dibujar en los cristales llenos de vaho.
Me hace gracia, nunca me había dado cuenta de que la calma, llegaría sigilosa, tranquila, haciéndose eco de sí misma, en calma.
Y ahora que al fin soy la calma, vuelvo a querer ser el rayo, la prisa, el ansia de hacer todo al mismo tiempo. Las ganas de vivir volando, de construir palacios de último minuto y coronar reyes, de estar en primera fila de todos los conciertos, de todos los bailes y ser la última en amanecer en las mañanas de domingo, o las tardes, a veces, porque no importa a quién encarne, al final, siempre sigo siendo yo, aunque distinta. Hay muchas maneras de reconocernos. Y me reconozco, aunque quién diría que fuera capaz de disfrutar así de una tarde como esta.
Ni yo misma, y lo soy.
Y volveré a ser la tempestad el día que alguien me coja de la cintura y me agite el alma. Que no es necesario blindarse. Que no está está prohibido amar, pero tampoco es obligatorio. Sólo es de verdad el amor cuando es inherente.

4 comentarios:

  1. Me siento bastante identificado con el texto y, ahora, a estas horas de la noche, pienso que, quizá, tener una conversación con alguien como tú delante de un chocolate caliente no estaría nada mal.

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  2. Acabo de pasarme por tu otro blog (ahora te sigo en ambos). Me encanta cómo escribes :) A mí también me gusta dibujar en el vaho xD Me ha llamado la atención ese detalle jajaja
    Besos.

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  3. Y parece que no, pero me ha dado la sensación de que vives esperando.

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  4. Ah... qué decirte que ya no hayas escrito. Yo no soy capaz de sentenciar que soy independiente de lo que me rodea, pero el anhelo que tengo de poder valerme por mí misma...
    Me he visto reflejada en tu texto, de verdad

    Un abrazo

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