Sentada en un pivote de piedra, normal.
¿Hace cuánto? - me dicen, y yo nunca respondo.
Llevo, por debajo del vestido, un aguijón. Y cuando me río, cuando duermo de lado y apago la lamparita de un cuarto que no es el mío, parece que no está.
La gente me mira, y repite - ¿hace cuánto?
Y yo me coloco el vestido, para que no se note.
Entonces me meto en la ducha, me miro en el espejo desnuda, y no puedo taparme con el vestido, ni con nada. Me toco la herida y el aguijón, me sorprendo como Gregorio Samsa. ¿Hace cuánto?
Y la astilla infinita y yo nos duchamos.
Pero el agua no reblandece el aguijón, ni lo lima la piedra pómez.
Así que me seco, a toquecitos, y me pongo otro vestido, a ver si con este no se nota. Entonces charlamos de nuevo, y me río, y me toco en el costado, a ver si se ha caído. Pero no.
La pregunta sobrevuela:
- ¿Hace cuánto?
Y al sonreír, con esa media sonrisa, que no es sonrisa ni respuesta, supura un poquito de veneno.
No es este vestido, ni el anterior. ¿Hace cuánto?
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